martes, diciembre 25, 2012

LAS GAMUCINAS


Seguramente la picardía de los colombianos nunca ha tenido un límite. Quién no ha escuchado sobre las “chanzas pachunas”, que no son otra cosa que la de confabularse con alguien más y hacerle una broma bien pesada a otro más ingenuo y dócil, o sencillamente al más “guevón”. En Nocaima existieron bromas de varios calibres, pero tal vez la más conocida ha sido la de las "gamucinas".

Jamás supe con certeza que era tal cosa, o animal, porque en realidad a eso se refirieron los que alguna vez intentaron hacerme la “pequeña embarrada”. Precisamente la incongruencia de lo que realmente era el animalito, me dio la luz para dudar bastante de la singular caza de gamucinas. Algunos comentaron que eran aves, y otros que peces, de ahí la fortuna de haber sido capaz de rechazar la invitación de dos grupos de amigos que amablemente pensaron en mí para tan maravillosa aventura.  No caí, pero sí hubo personas que fueron víctimas de los desalmados compañeros de colegio, poseedores de ese maravilloso don de los colombianos: la "malicia indígena". A lo mejor en la actualidad, este tipo de bromas sean catalogadas como matoneo o bullying, que tan de moda están en las aulas de hoy, pero para aquella época no era sino una chancita para la bienvenida al pueblito.

La broma consistía simplemente en convidar a un personaje de especiales condiciones -recién llegado o inocente- a cazar en una quebrada un bicho muy exótico, apetecido, delicioso y costoso,  ya fuera pez o ave. Luego de escoger el caño, todos debían empelotarse para hacer cierto ruido que captaría de inmediato la atención del animal, y el incauto debería quedarse esperando dentro del agua la aparición de una gran cantidad de gamucinas, y permanecer, sin excepción, en el lugar para no dejar pasar ni una, mientras el resto iba aguas arriba acosándolas rumbo abajo, de esta forma las tendrían acorraladas, y desde luego asegurar en un gran porcentaje el éxito del botín.

Pero mientras el novato esperaba desnudo, impaciente en el charco, para la aparición de las impredecibles gamucinas, el resto de buenos amigos, tomaban la ropa, incluyendo la del incauto, y de inmediato, se desaparecían, dejando al pobre, esperando una eternidad hasta que emergieran los inexistentes animalitos. Como era obvio, la víctima un tiempo después sospecharía que algo raro estaba sucediendo, y caería en cuenta que todo había sido simplemente una broma de mal gusto. No es difícil imaginar lo que tendría que hacer esa persona por salir de esa situación, porque en ningún momento los victimarios tendrían compasión, y empeloto debía quedarse hasta que pudiera llegar a su casa y recuperar la dignidad.

Conocí de la broma, a finales de los ochenta, y pensé que había quedado en el pasado, y casi veinte años después vi cuando se la hicieron a un muchacho, a quien yo creía que se la sabía todas. No lo podía creer, en pleno siglo 21 aún existe la posibilidad de “mamarle gallo” a alguien con tanta sencillez. Así que es un poco difícil escapar de aquellos que siempre tienen en su mente, sacar provecho del talento colombiano con su particular “mamadera de gallo”.

sábado, septiembre 29, 2012

LAS "CICLAS" ALQUILADAS


La economía nocaimera hace unos años atrás dependía mucho del mercado de la caña de azúcar. La imagen de una cantidad de mulas cargadas de bultos de panela bajando por la “laja” –hoy en día una trocha en afirmado-, hacia los depósitos que quedaban en Florilandia es inolvidable. Existían sitios exclusivos para amarrar los animales. El olor a “cagajón” era particular los fines de semana.  El pueblo se convertía en un hervidero de trabajadores, finqueros y comerciantes los sábados y domingos, tratando de concluir la venta de los productos paneleros, y desde luego, volver a mercar para una semana de trabajo en las cañas. Entonces se respiraba el olor de: la panela, las “bestias” y el pueblo.

Pero la economía de la caña de azúcar iba en debacle, cada vez se producía menos y el valor de la panela caía sin que se viera alguna esperanza de recuperación. Así que esto hacía que Nocaima fuera un pueblo con muchas necesidades –y en esto creo que no han existido cambios-, y falencias. A pesar de que existieran dos colegios de educación secundaria –uno de ellos de formación normalista- y una fábrica de trapiches, al municipio se le veía atrasado en infraestructura vial, telecomunicaciones, servicios públicos, etc.

Dadas estas condiciones, obviamente la economía de nuestros bolsillos de aquella época, era paupérrima. Pero cuando uno no puede tener las cosas tiempo completo por escasez, pues desde luego hay que alquilarlas. Entonces existió en Nocaima el alquiler de bicicletas y de cómics.

El de alquiler de bicicletas inició con un muchacho de apellido Espitia, realmente yo era muy pequeño y no lo recuerdo muy bien. Luego la familia Perilla en el barrio El Retiro, decidió alquilar “ciclas” versión cross, que eran de lo último y algunas “monaretas” que ya estaban en desuso. El valor del alquiler era de cien pesos la hora, no había que entregar ningún documento o finca, simplemente, la palabra: “ya regreso”. 

Estoy seguro que si la familia Perilla se hubiera imaginado el “palo” que se le dieron a esas bicicletas, seguramente lo hubiera pensado para montar el negocio. Por aquella época –años ochentas-, existía un comercial en televisión de una marca de bicicletas BMX, donde los muchachos hacían unas cuantas piruetas y saltos, que hacían ver fácil el uso de este tipo de juguete. Pues con esas expectativas de querer ser todos unos expertos en "cross", los jóvenes ciclistas bajaban por la calle destapada de el retiro "despepados", y haciendo uso de lo mejor de las BMX, su freno coaster, parando en seco rastrillando la llanta trasera ,  y desde luego, dejando casi la mitad en el suelo.

Pero lo mejor era tratar de saltar con la bicicleta obstáculos o rampas, así que eso no era ningún problema para los novatos nocaimeros. La cancha de la Normal Nacional, era el escenario ideal para ejecutar maniobras de este tipo, pero debido a la calidad de los materiales de las cross de los Perilla, no daban para tanta práctica, entonces hubo marcos y tenedores rotos, y hasta llantas casi cuadradas de tanto salto. Lo importante es que se intentó, no hubo talento como el de nuestra medallista colombiana Mariana Pajón, pero se vivió con pasión y adrenalina. Supongo que el negocio no fue muy rentable por todo esto, y el alquiler se clausuró. Unos años después, las bicicletas comenzaron a bajar de precio y los nuevos chicos ya tuvieron una de regalo, y la bicicleta BMX fue terminando en uso exclusivo de sus verdaderos apasionados.

miércoles, junio 27, 2012

El CHARCÓN, EL RÍO TOBIA Y EL PRE-TORRENTISMO


Desde muy niños, a lo mejor por el clima un tanto cálido de Nocaima, nos encantó ir a refrescarnos mucho en la corriente de agua más cercana que teníamos en el Chicó: la quebrada de La Moya. Apenas a unos cuantos metros, este pequeño caño era uno de nuestros sitios favoritos, sobre todo en vacaciones. Pero ir a La Moya, no siempre fue con el consentimiento de nuestros padres, casi siempre, nos escapábamos con el pretexto de jugar por los alrededores del barrio.

La quebrada era pequeña, con bastantes bloques y bolos de roca, entonces sus pocetas eran muy reducidas para aprender a nadar, especialmente en el sector donde íbamos, el cual era un cruce con un camino que conducía a la vereda de San Cayetano. Como necesitábamos de un espacio más grande, decidimos un día ir hasta una parte más alta del caño, en donde teníamos conocimiento de un pozo que había sido hecho con el propósito de darle de beber al ganado de una finca que lindaba con el arroyo, propiedad de José Luis Melo.

A este pozo se le conocía como El Charcón, aunque había otro también llamado así en la quebrada Honda. Las idas a este lugar fueron un "dolor de cabeza" para cada una de nuestras familias. A pesar de los controles, siempre logramos escaparnos hasta allí. Este sitio tenía una caída de agua como de unos cinco metros aproximadamente, su pozo no tenía más de cuatro metros de diámetro, y su profundidad no pasaba de un metro, pero su espacio era suficiente para nadar por el perímetro o para lanzarse de cabeza. Creo que la gran mayoría de nosotros aprendió a nadar, o chapucear en este lugar.

Siempre tuvimos que llevar calzoncillos de repuesto para cambiarnos y evitar que nuestras mamás se dieran cuenta de la escapadita. Afortunadamente, nunca sucedió algo para preocupar en nuestras casas, excepto cuando unos vecinos que vivían cerca del Charcón nos expulsaban a piedra del lugar, y debíamos salir en "bola" por el potrero con la ropa en la mano hasta llegar al alambrado que separaba los predios de Don Nepumuceno Miranda -Don Puno-, con los del señor Melo, y poder cambiarnos con tranquilidad.

Unos años más tarde teníamos que probar la destreza de "nadadores" en el río Tobia, especialmente en un sitio conocido como La Hacienda, muy cerca de Tobia Chica. En algunas ocasiones hicimos el "paseo de olla", y tan solo uno con "gallina robada". La mayoría fue con salchichón y pan, dadas las condiciones económicas de aquella época. Ir al río fue un paseo, sobretodo por el camino de la parte alta de la  vereda de Tobia. Una caminata de cuarenta y cinco minutos, entre charlas y chistes, saliendo siempre por la mañana para aprovechar lo mejor del sol y regresando en las horas de la tarde por el mismo camino, aunque algunas veces nos devolvimos en el bus que venía de Villeta y pasaba por el lugar como a las cinco de la tarde.

Por aquella época, esta costumbre era muy natural, seguramente porque en Nocaima, no existían las piscinas públicas, las más cercanas estaban en La Vega, o un poco más lejos, en Villeta. Hasta 1995 se inaugura la primera piscina abierta para todos en la vereda de Jagual, exactamente en un sector conocido como Chilagua, en un predio de Arturo Peña: Palmas de Chilagua. Este acontecimiento fue un fenómeno, ya no había necesidad de ir a otro municipio vecino a disfrutar de un baño. Su paisaje y la amabilidad de sus propietarios lo hacían muy acogedor.

Unos años después fueron apareciendo más piscinas: el Balneario San Cayetano y Santa Verónica. A Nocaima habían llegado aires más modernos para disfrutar del clima, y eso estuvo bien para el turismo del municipio. Sin embargo, nosotros continuamos con nuestra afición de ir por los ambientes naturales, y comenzamos a escalar saltos de varios caños, pero sin casco y arnés, y mucho menos de sogas especializadas. Lugares como: el Salto de Barandillas, las quebradas El Zancudo y Natautá, fueron los inicios de un nuevo deporte que con los años se conoció como "torrentismo".

Seguramente estos viajes deben tener su propia historia, muchos disfrutaron de estos paseos por los caminos y cañadas de Nocaima y Nimaima en los noventa, y por supesto, dejaron gratos recuerdos. Además, olvidaba que también hicimos rafting por los rápidos del río Tobia -una idea de Nayro Ramírez y Humberto Bohórquez- sobre unos neumáticos amarrados uno de otro, unos años antes del canotaje de "Tobia Grande". Será muy entretenido recordar todo esto.

jueves, junio 21, 2012

LA CATEQUESIS


Antes de que la constitución del 91 diera rienda suelta a la libertad de cultos, la educación religiosa, ética y moral; fue de estricto cumplimiento en escuelas y colegios. En los ochenta en Nocaima existió un párroco muy particular, no solo porque contribuyó a la gesta de algunas obras como la remodelación de la iglesia y su atrio, la carretera a Paso El Rejo, entre otras; sino también por su carisma. Fue tal vez el último modelo de aquellos sacerdotes que se hacían sentir como directos embajadores del Vaticano. Su vestimenta para celebrar los actos religiosos y fuera de ellos, le hacía ver muy singular.  Incluso se hacía una semejanza directa con el curita de una novela clásica de los ochenta: El padre Pío Quinto de San Tropel. Realmente este personaje era casi una réplica exacta de nuestro párroco Besarión Rodríguez (q.e.p.d.).

Fue maestro de religión en la Normal Nacional, y sus clases tenían el rigor seguramente de la educación de años atrás. Los que tuvieron clase con él no olvidarán el famoso "tipo académico", una extraña posición del cuerpo rígida con las manos y brazos puestas en el pupitre, en donde, según él, era la manera más apropiada para mejorar la atención y comprensión del profesor. Sus calificativos hacia los alumnos más indisciplinados fueron algunas palabras como zoquete, guache, negro jetón, etcétera. El recital para aprenderse de memoria los libros del Antiguo Testamento: "Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, legales son. Josué con los Jueces y Ruth con los Reyes, y los Paralipómenos, qué procesión...", era realmente toda una proeza. 

Pero tal vez lo más destacado en la formación que el cura Besarión implantó, fue su Catequesis. Esta estaba dedicada especialmente a los niños, y su horario era el sábado a partir de las tres de la tarde en el templo. Los catequistas eran los jóvenes practicantes normalistas de la época. Siempre recuerdo que se nos había inculcado que el interior de la iglesia era un lugar sagrado en el cual no se debía hacer ruido y mucho menos correr. Pero curiosamente en la catequesis ocurría completamente lo contrario. Antes de iniciar las labores de evangelización, todos los niños gritaban y jugaban de un lado para el otro, pasando por encima de las bancas, haciendo una algarabía que se podía oír por todo el atrio. La verdad, era una sensación de alegría y menos de culpa. Y parece que al cura o a su sacristán, para nada, incomodaba.

Luego de que se daba inicio las clases, que generalmente eran de una hora, don Cenón -¿O Cenén?-, sacristán de la parroquia, pasaba por cada uno de los grupos que se formaban de acuerdo al grado de escolaridad de cada niño, y repartía unos dulces redondos multicolores a maestros y alumnos, y por lo general, muchos jovencitos le hacían trampa al sacristán intentando sacar más de un caramelo. Pero faltaba más, a cada niño se le entregaba una ficha en cartulina con el sello de la parroquia, con el objetivo de que al final del año, de acuerdo a la cantidad de cartoncitos, el padre Besarión disponía de regalos, generalmente ropa, para que fueran intercambiados por estos. El cierre de la catequesis la hacía directamente el párroco en el polideportivo. 

Era curioso ver al padre cambiarse sus tradicionales zapatos de cuero brillante por unos tenis, los cuales no le cuadraban con su impecable sotana beige. Era un buen recreador, y gracias a su séquito de acólitos, rápidamente organizaba cualquier tipo de juego para poner a competir todos los niños. El sacerdote era un experto para implantarle a cualquier persona un apodo simpático. A uno de mis mejores amigos de vez en cuando lo llamo por el sobrenombre con el que el padre le bautizó: "Toloncho" -Miguel Ángel Cifuentes-.

El párroco Besarión se fue a finales de los ochenta, y con él también la Catequesis. Seguramente muchas cosas más habría recibido Nocaima gracias a su labor social. Algunos sectores de Nocaima le criticaban un supuesto acercamiento al partido liberal, que por aquella época consideraban nocivo a las huestes godas del municipio. Desafortunadamente, hoy 35 años después, seguimos en las mismas.


Párroco Besarión Rodríguez (q.e.p.d.). Tomada de internet celebración 50 años Normal Nacional



miércoles, junio 20, 2012

LA PLAZA DE MERCADO (COMIDAS NO TAN RÁPIDAS)


Comer en la plaza de mercado después de cada rumba, ha sido uno de los itinerarios que más de un nocaimero ha realizado. No recuerdo con exactitud el momento en el que nace esta tradición, pero fue más o menos a mediados del año 94. No encuentro antecedentes previos a este año. La venta comidas en los famosos toldos o casetas en las madrugadas, se hacían sólo en las épocas decembrinas -navidad y año nuevo-, en donde las señoras que tenían este negocio los días domingos en la plaza de mercado, vendían en esta temporada, a la gente que salía de la misa de media noche del veinticuatro y treinta y uno de diciembre. En cada puesto tradicionalmente se encontraban: tamales, chanfainas, mondongos, chorizos, rellenas y otros tipos de  comida.

Salíamos con tanta hambre, que en la navidad del 93, habíamos llegado a nuestra cuadra del Chicó con: Morris, Julián Acuña, Mario Feo y otros cuantos amigos, a sentarnos a hablar mientras el sol iba apareciendo. De pronto, se acerca hacia el grupo Julián con una olla gigantesca -un indio como tradicionalmente se le conoce-, llena de pollo con papa, yuca y plátano, que para infortunio de la familia de mi amigo, era el piquete para el almuerzo de ése día; el cual terminó en las manos de unos cuantos amanecidos que se arrimaban a tomar la mejor de las presas y de recado que pudiesen encontrar. No supe cuál fue la reacción de la "profe" Mary -madre de Julián-, pero supongo que no fue para nada buena. En fin, por eso a los ocho días -1 enero del 94-, no se preparó ningún tipo de comida para no dar "papaya"  y terminara siendo repartida entre un montón de ebrios. Es por lo anterior, que decidimos ir hacia las casetas de comida que estaban en el parque, luego de salir de los Ocobos.

Un tiempo después, un domingo cualquiera luego de "rumbear", bajamos hasta el matadero por "claros" -sangre de res- con Morris, a quien le encantaban. Y de vuelta, decidimos ir hasta donde Teresa Vanegas, quien tenía un puesto en las casetas de la plaza. Como aún era muy temprano, casi las dos de la mañana, preguntamos si había algo de comer, pero para el momento aún faltaba un tiempo para que estuvieran las primeras comidas, pero había café, así que tomamos esa bebida con pan y esperamos hasta que hubiese algo listo para comer. Mientras tanto, hicimos la charla con la familia de nuestra querida Teresa, hasta que pudimos comer. Así como dice el dicho: "Indio comido, indio ido", regresamos cada uno a su casa, y más tarde nos encontramos para disfrutar de unos buenos claros.

De ahí en adelante, comenzamos a bajar a la plaza cada vez que salíamos del barrio o de donde hubiese fiesta. De un momento a otro, las casetas se empezaron a inundar por la mayoría de los despachados por el cierre de venta de licor. Así que a Teresa y compañía, decidieron adelantar la preparación de comida, porque los comensales llegaban casi a las dos de la mañana a poner "pereque".

Con lo anterior, el paseo se completó. Comenzaba en La Media Luna o Donde Milo, luego se partía hacia los Ocobos, y se remataba en la Plaza de Mercado. Claro que está que entre el barrio San Joaquín y la Plaza, existía por lo general el particular romance del Periquitero. Antes de llegar al cementerio, se podía ver a hombres y mujeres hablando normalmente, pero a partir de ahí el camino se volvía oscuro por falta de iluminación, y a unos setecientos metros aproximadamente, la luz volvía a aparecer, en la tienda de Don Pedro García. Justo cuando cuando las sombras se volvían más claras, ya se veían unas cuantas parejitas que habían nacido preciso en la famosa curva del Periquitero. Este sector tenía un gran poder afrodisíaco, más de uno podrá dar fe de ello.

No sé en qué momento trasladaron las casetas -que eran tres-, a unos cuantos metros más arriba -dejando sólo dos-. Un tiempo después fui a comer una mañana al nuevo lugar, pero ya no tenía el mismo encanto de aquellos años. Tal vez había olvidado que ya no existían: la Caseta Los Ocobos, la Media Luna, y por supuesto Donde Milo -la misma Rocola-. Habían pasado tan solo unos diez años. Cómo corre el tiempo, me pregunté. Y pues traje a la mente aquella frase de cajón que reza: "Todo tiempo pasado fue mejor".

sábado, junio 09, 2012

LA RUTA DE LOS OCOBOS

La "rumba" nocaimera en las décadas de los ochenta y noventa se movió en unos escasos pero divertidos establecimientos, sin duda. Como el objetivo de este blog es hablar de los temas de los cuales fui testigo, por eso mencionaré únicamente los lugares en los que pude estar físicamente. Siendo muy niño recuerdo que las fiestas especiales se realizaban en el Club Social Privado conocido como Imanaco, propiedad de unos cuantos vecinos de familias tradicionales, cuyo su nombre era derivado de las letras que conforman la palabra Nocaima pero en otro orden. Es obvio que la visión de este club era la de tener un lugar para la diversión, inicialmente exclusivo de los socios, pero que a través del tiempo, cedió su espacio para el alquiler de recepciones de quince años, matrimonios, grados, etc. Pero también se prestó para organizar eventos conocidos como coca-colas bailables, minitecas y viejotecas, cuyo interés era el de reunir fondos para distintas actividades, casi siempre de carácter escolar y otros de tipo social.


Al comienzo de los ochenta, los hermanos José y Antonio Pico, abrieron la panadería Pico-Pico, en un local de propiedad de la familia Hernández Velázquez. Este lugar no era exclusivamente un expendio de pan, sino que además vendía licor en un salón contiguo que daba al patio principal de la casa, en donde estaba adecuado con mesas y una pista central para bailar. Generalmente los clientes de este sitio eran los campesinos que venían de las veredas del pueblo a mercar o a otro tipo de diligencia, y que casualmente era el domingo en la tarde en donde se reunían a beber, muchas veces acompañados de empleadas del servicio doméstico.


Una anécdota revelada por el hermano menor de los propietarios -mi estimado amigo y colega Henry Leonardo Pico-, cuenta que para esa época él era el encargado de llevar los desperdicios de la cocina y la panadería -la popular lavasa- a la casa paterna, ubicada en la vereda San Cayetano. Cuando el muchacho se disponía a sacar en unas ollas gigantes los desperdicios debía cruzar por toda la pista de baile, pidiendo permiso para su paso, pero con el infortunio que limpiaba los bordes de las vasijas repletas de nata y comida, en los pantalones de los bailarines, dejando una "hermosa" raya convirtiéndola en una marca personal. 


Un tiempo después los Pico se trasladaron para el frente, pero no solo reubicaron la panadería, sino que instalaron un asadero de pollos, así que obviamente el establecimiento cambió su razón social por: Panadería y Asadero Pico-Pico. La rumba criolla continuó allí, pero en el local que habían cedido, apareció un nuevo negocio: El Salón Donde Milo. Sitio exclusivo de bebida y rumba, propiedad de Pedro Emilio "Milo" García y su esposa Nelsy Hernández. Este lugar con un enfoque más urbano, fue frecuentado en su mayoría por jóvenes estudiantes, debido a que un nuevo género musical comenzaba a inundar las radios de la época: el merengue dominicano. Wilfrido Vargas, Jossie Esteban y la Patrulla 15, Bonny Cepeda, Juan Luis Guerra, Willie Berríos, Cuco Valoy, y muchos más, conquistaron el corazón de los adolescentes de ese momento. El merengue era un baile sencillo si se trataba de hacerlo de manera tradicional, pero complejo, si se le quería dar un toque de fantasía y acrobacia. Nunca pude entender cómo se pudo evitar un esguince o fractura, o hasta una vomitada con las cincuenta mil vueltas y cruce de manos y brazos que se debían hacer para descrestar tanto a la pareja como a los otros bailarines, esto realmente, sí que era todo un espectáculo.


Paralelamente al Salón Donde Milo, existía en el barrio San Joaquín -nuestro tradicional "Barrio" a secas-, en mi concepto y corazón, el mejor el establecimiento de todos los tiempos: La Caseta Los Ocobos. El lugar propiedad del querido profesor Camilo Matiz Bohórquez, sin duda alguna fue el sitio de rumba de la inmensa mayoría. Fue el lugar de varias generaciones que se reunían todos los sábados después de las nueve de la noche hasta la una de la mañana; sábados y domingos cuando era festivo, y hasta el amanecer en navidad y año nuevo.


Para aquel entonces el camino a Los Ocobos era por una trocha, que en invierno se convertía en un verdadero lodazal, pero que no causaba ningún impedimento para cumplir con la cita todos los sábados en las noches. Curiosamente, la Caseta no tenía dentro de su encanto la música, criticada por la mayoría de los asistentes, pero que para nada minaba las ganas de los visitantes, que durante el transcurso de la noche iban llegando hasta copar el lugar casi a las once. Fueron más o menos veinte años en donde se le dio "lora" a los tranquilos habitantes del retirado barrio, que terminaron por acostumbrarse al ruido causado por los gritos, y a veces hasta peleas, de los borrachitos que salían despachados por la famosa frase del profe Camilo: "Esto se quiere acabar".


Tal vez en encanto de Los Ocobos estaba en su trayecto del barrio hacia el pueblo. Un camino con poca iluminación, el paso por el Cementerio, y la curva del Periquitero, hacían de este recorrido un buen ambiente para el amor y el deseo. Muchas historias están guardadas desde la caseta hasta donde Don Pedro García, sitio donde curiosamente la iluminación nocturna siempre fue constante. Seguramente la Caseta de Los Ocobos tendrá una historia particular dentro de mis relatos porque no cabe en unas cuantas líneas, deberá estar en una entrada especial.


A finales de los ochenta y comienzo de los noventa, existieron dos sitios particulares que brindaron un cambio de ambiente dentro de los otros establecimientos, porque sirvieron de preámbulo para la rumba nocturna, especialmente en Los Ocobos. Estos fueron: La Pelusa y la Media Luna. Lugares que tuvieron una actividad más cercana hacia las “fuentes de soda”, en donde se podía comer un helado, tomar un refresco, una gaseosa o una cerveza.  La Pelusa original, propiedad en un comienzo de Guillermo “El Negro” Delgado y luego de Lucia “Mochila” Rojas, era una caseta de madera, más parecida a un CAI bogotano -incluso algunos lo llamaron así-, que le daba un toque especial al recién construido parque municipal. Luego de unos años fue trasladado el establecimiento al interior de las escaleras principales del atrio. Un cambio que presentó bastante resistencia, pero con el tiempo nos fuimos acostumbrando.


La Media Luna, de propiedad de Laura Luna, fue el sitio "cool" de la época, visitado principalmente por los “gomelos” de ese entonces. La música preferida era pop en inglés y el pseudo rock en español. Y su bebida especial: la cerveza Club Colombia. Su principal actividad fue la venta de comidas rápidas, que sin duda, le daban un toque diferente al comercio local. Inicialmente fue inaugurada en un pequeño espacio de la casa del profesor Héctor García, pero que no demoró en trasladarse hacia otro sitio muy cercano, de propiedad de la Familia Hernández Osorio. Fue allí en donde se constituyó en uno de los mejores sitios del momento. Le daba un aire de cambio porque no quedaba dentro de la calle tradicional de los establecimientos de venta de licor. El solo hecho de tener que cruzar el parque, hacía que ese cambio fuera un pequeño tour dentro del pueblo.  Desde luego, la Media Luna también es uno de esos sitios que está dentro del corazón de muchos nocaimeros.


Existieron otros sitios para rumbear o tomar cerveza que no trascendieron tanto, pero que sirvieron de alternativa, tales como la Taberna de Carlos Escucha, La Fuente de Soda de Carmenza Enciso, la Discoteca Escucha Mi Son de Humberto Escucha, Forcha, Guarapo y Pola de Luis Enciso, y muchos más. De todo lo anterior, surgió una pequeña tradición que será una próxima historia: Las Casetas de comida de  La Plaza de Mercado.  “! Ay, qué dolor!”

martes, mayo 29, 2012

EL INTERNADO

Cada inicio de año escolar en Nocaima tenía algo de simpático en los ochentas -seguramente también lo fue antes-, y era ver como el domingo anterior al comienzo de clases se inundaba de un montón de niñas no sólo del pueblo, sino también de otras regiones, incluso no tan vecinas, que venían a estudiar en el Colegio Departamental, el cual era el único internado en la provincia del Gualivá. Muchachas de: San Francisco, Vergara, Nimaima, Villeta, Chaguaní, Sasaima, entre otros municipios, viajaban a internarse durante los dos períodos del año para hacer sus estudios de bachillerato clásico en el colegio.

Lo interesante era ver cómo cada una de ellas llegaba acompañada por sus padres, con su respectivo trasteo el cual incluía un catre doblado con un colchón enrollado dentro de él, esperando en los alrededores del colegio a la directora, quien era la encargada de cuidarlas durante todo el año lectivo. Luego de que las internas acomodaban sus pertenencias en un salón gigante dispuesto como dormitorio comunal, las jóvenes eran conducidas a la misa de las seis de la tarde. Cada vez que las niñas salían hacia el acto religioso, los jóvenes de la época solían decir: "soltaron el ganado".

Y es que las niñas mantenían en vilo a los muchachos nocaimeros. Ellas únicamente estaban internas durante la semana de clases, los viernes en la tarde viajaban a sus lugares de origen y regresaban de nuevo el domingo hacia el medio día. Obviamente algunas de ellas tenían novio nocaimero, y antes de que las alumnas se fueran a internar, compartían con sus amantes sentadas en el pasillo del centro de salud, el cual quedaba casi al frente del colegio. La parte posterior de las instalaciones daba a una de las vías más conocida como la "calle de atrás"; habitualmente estaba llena de montículos de piedras y ladrillos recostados contra la pared, que descaradamente eran acomodados por más de un voyeurista adolescente intentando ver a alguna de las muchachas en paños menores.

Y no sé si será realidad o ficción, pero conocí la historia de un joven nocaimero que estuvo enamorado de una alumna interna de San Francisco el cual dedicó unos versos para conquistarla de la siguiente manera:

"Floritza, Floritza
Quiéreme con amistad,
Pero déjate meter el pipí
Aunque sea hasta la mitad"

El resto del poema, siempre será un misterio. El internado del Colegio Departamental dejó de funcionar el el año 87, y con él se fueron muchísimas historias de amor y desconsuelo, que para infortunio mío era demasiado niño para disfrutar.

sábado, mayo 26, 2012

BETACINE SOLDADURA Y CINEMA DONDE ESCUCHA

El cine también llegó a Nocaima, a pesar de que la mayoría de películas eran mexicanas. Aunque hubo producciones taquilleras como Terremoto y Tiburón, estas las vimos diez años después de su estreno, así que ver cine actualizado era apenas una ilusión, pero valía la pena ese esfuerzo porque sus emisiones fueron en pantalla gigante y se realizaron en el antiguo Centro Social y en el Colegio Departamental, donde generosamente prestaron sus instalaciones. Hablamos nuevamente de los ochenta.


Sin embargo, en Nocaima existe el talento, entonces, apareció una persona a la que se le ocurrió comprar un reproductor de video conocido como Betamax. No existía el primero -y podría equivocarme- en el pueblo, así que cuando hizo su aparición al público, nació "Betacine Soldadura", una genial idea de Rodolfo Velázquez, un exalumno de la Normal Nacional que había partido hacia la capital, donde seguramente tuvo la posibilidad de conocer este aparato y vio en él una oportunidad de negocio a través de la reproducción de películas más actualizadas que los enlatados que se proyectaban en la época.


Betacine Soldadura realmente fue un verdadero hit. Hizo su debut con películas de cartelera de aquel momento, por ejemplo: Rambo, Cobra, Hitcher el pasajero de la muerte, El último americano virgen, Un detective suelto en Hollywood, entre otras. La familia Velázquez cedió la sala de su casa junto con su televisor para que sirviera de teatro. Inicialmente, Betacine Soldadura comenzó con la reproducción de películas en un horario especial, el cual era anunciado en unos carteles hechos a mano y publicados en las paredes de los sitios más concurridos del pueblo como lo eran la papelería Procultura, Telecom, el Salón donde Milo y la panadería Pico-Pico.


Debido al éxito del negocio, la forma de ver las películas cambió. Ya no existían horarios exclusivos, sino que bastaba conque hubiese un cupo mínimo de cinco espectadores para que se reprodujera un video en especial. La tarifa por persona era de cien pesos, y si en algún momento alguien quería ver una película de manera individual debía pagar quinientos pesos para cumplir con el umbral de asistentes. Jamás se me olvidará que en algún momento a alguien se le ocurrió tomarle del pelo a un familiar de Rodolfo diciéndole: "Sumercé, ponga Rambo y después Cobra".


Al mismo tiempo que reza un dicho popular: "los colombianos no orinamos solos", a Betacine Soldadura le apareció competencia, y es de esta manera que llega al mercado de los videos el Cinema Donde Escucha, y por supuesto, siempre debe existir un plus para enganchar, así que el propietario decidió traer más películas para proyección en el local y promovió el alquiler de las cintas a otros usuarios, precisamente porque algunos habitantes ya habían adquirido un reproductor de video para el entretenimiento familiar. Pero en la variedad está el placer, entonces, Escucha se arriesgó a introducir el género triple X, dando a conocer a la Cicciolina, estrella porno de los ochenta que deleitó a más de un nocaimero. No era raro ver a un grupo de gente tratando de conseguir el cupo mínimo y oírles decir: "Humberto, ahora sí estamos completos, por favor pónganos una de culeo".


Había nacido el mercado del video y el cine tradicional se apagó. El proyector fue a dar a uno de los laboratorios de la Normal Nacional en donde supongo, aún debe reposar. Gracias a la genialidad y visión de un nocaimero, tuvimos la oportunidad de tener el cine que llegaba a Colombia por esos días en Nocaima, así no fuera en pantalla gigante con su sonido envolvente, que desde luego, no era tan importante. Tal vez no se disfrutó de la misma forma como cuando se lleva a una novia a cine, pero sirvió para conocer algo más del séptimo arte, aunque no fuera el más selecto.

LOS PISTOLEROS, EL TORO Y OTROS MÁS

En los ochentas Nocaima estaba aproximadamente a unas tres horas y media de Bogotá. Las comunicaciones con la capital se hacían a través del correo tradicional, los telegramas o las llamadas telefónicas en la estatal Telecom. Unos años después hizo su ingreso la ACBC (Asociación Colombiana de Banda Ciudadana) y un teléfono público de monedas de veinte pesos -este sí que fue un acontecimiento-.

La televisión era la que ofrecía la desaparecida Inravisión, en sus horarios estelares de cuatro de la tarde hasta las once de la noche, tres canales, así que esta no era una opción de entretenimiento ni de información. Estábamos realmente desactualizados en cualquier tipo de tendencia. Bueno o malo, realmente a Nocaima no le afectaba, su pequeño mundo era suficiente para sobrevivir a las modernidades.

Lo anterior, es sólo una reseña del contexto histórico y cultural por el cuál Nocaima se encontraba, y que sirve de preámbulo para el tema que me interesa contar. Para ese entonces, mis amigos de vecindario y escuela, buscábamos la manera más entretenida de aprovechar el tiempo libre. En la cuadra donde me crié, mis amigos que aún lo siguen siendo, Morris, Julián, Aldemar, Wilman y otros que pasaron por El Chicó -nada que ver el tradicional barrio capitalino-, tomamos la decisión a jugar a lo grande pero con humildad.

Entonces resultaron juegos como: los pistoleros, el toro, la hornilla, el rancho o cambuche, y otros más, distintos a los que por temporada llegaban como: las bolas, el trompo, los bonos, el yoyo, etc. No es difícil imaginarse de qué se trata el juego de los pistoleros, claro que no, nada distinto al paintball actual, sólo que con balas imaginarias las cuales se marcaban con un vocablo sencillo: "Pun, fulanito, pun sutanito". Dos equipos repartidos entre la cantidad de jugadores que hubiesen, y las pistolas, sencillas armas de distinto calibre de acuerdo al poder de adquisición del jugador, desde revólveres hasta ametralladoras, representados por retales de madera u otro material tratando de simular una de estas. Obviamente, hubo muchachos que  tenían el poder de comprar armas de plástico, que para este caso no brindaban ningún tipo de ventaja. En este juego ganaba el equipo más ágil para ocultarse y luego emboscar. El campo de juego, era la zona boscosa que rodeaba a el Chicó y que hoy en día está compuesta por los barrios Guaduales y Villas del Rosario.

El toro, fue una réplica del traslado del ganado vacuno desde alguna vereda hacia el matadero municipal. Este era un espectáculo particularmente de los viernes en la tarde. No se utilizaba ningún vehículo para el transporte de reses, debido a la escasa infraestructura vial rural de esos años, entonces se debía arriar el ganado atravesándolo por las calles del pueblo. Obviamente la res no se dejaba llevar con docilidad, sino que mostraba toda bravura por el camino a la pena capital. Arrieros y curiosos se concentraban en un circo, un tanto cruel para mí, que terminaba con el animal encerrado en el corral del matadero.

Pero para nosotros esa exhibición tenía que ser representada en un juego, entonces decidimos conseguir una soga de buenos metros, un voluntario para ser el toro, que en este caso se trató de Jorge Ramírez, alias "Líster", y el resto representando a los arrieros y "matarifes". El toro debía comportarse más agresivo que el real, revolcar a cuanto curioso estuviera por ahí "dando papaya", y nosotros tratando de enlazar al agresivo animal para llevarlo con éxito al matadero, pero para fortuna de él, no lo "pasábamos al papayo".

Pero bueno, como dijo nuestro querido "Malacate": "Ah tiempo lindo", esta historia continuará, porque en la olleta hay más.

sábado, mayo 12, 2012

LA CANCHA DE BASQUETBOL (O DE MICRO)

AQUELLOS AÑOS


Historias de la infancia donde Nocaima era un mundo aparte gracias a la inocencia y el distanciamiento de la metrópoli. 

A mediados de los años ochentas, siendo estudiante de la Normal Nacional, los viernes tenían algo de particular, no sólo porque se trataba del final de la jornada semanal de clases, sino porque además ese día salíamos cuarenta y cinco minutos más temprano, algo que era atribuido al viaje de los profesores hacia sus hogares, que para la mayoría estaban fuera de Nocaima. Cierto o no, los viernes salíamos antes de lo normal y era el comienzo del fin de semana el cual se tenía que disfrutar de la mejor manera.

Hacia las cuatro de la tarde uno podía ver a muchos estudiantes salir a las calles en pantaloneta con las caras sonrientes, buscando algún plan para el resto del día y la noche. Los más mayorcitos, como era obvio, el billar era uno de los juegos más divertidos, y cazar un “chorizo” al “pierde y paga” para meterle emoción a un chico era el mejor plan para éstos. Otros, se dirigían a la cancha de basquetbol del parque a jugar con un balón de microfútbol o baloncesto más conocido como "súperbola" -un término particularmente nocaimero-. Lo curioso del caso, es que  si se trataba de jugar “micro”, este juego tenía algo de particular, porque el objetivo no era hacerle un gol a un arco normal, sino de pegarle a un poste, o por otro lado, a un pequeño arco con un travesaño en la parte inferior, que impedía que el balón entrara directo. Había que lanzar el balón en forma elevada y no rastrero, para que éste no rebotara en el tubo atravesado y el gol fuera válido o de lo contrario el balón seguía en juego. Esta portería hacía parte de la estructura del tablero de baloncesto, que a su vez también era la diversión de niños escaladores que se trepaban a alcanzar la cima, que para este caso era el aro de la cesta.

Si era basquetbol, el juego más practicado era la “treinta y dos”, así de simple. El juego consistía en hacer dos equipos, los cuales no tenían límite de jugadores, incluso se podía jugar uno contra uno sin problema. Se realizaba sólo en una de las mitades de la cancha con su respectivo aro, y el objetivo era hacer treinta y dos puntos antes que el rival para ganar el partido.  Cómo sólo existía una cancha en el parque, entonces se compartía entre los jugadores de microfútbol y baloncesto,  no importaba si en cada una de las cestas había gente jugando la treinta y dos, y si la visibilidad para meter un gol no era la mejor, de alguna manera se evitaba darle un "taponazo" a alguno de los que estaban jugando basquetbol.

Pero eso no era todo, faltaban los jóvenes que venían con una súperbola y sólo querían lanzar y hacer una cesta, y nada más, o bueno, las que pudieran hacer. A este juego se le sumaban todos los que quisieran  y con las bolas que se pudiera. Casi siempre eran muy pocos balones para muchos “pelados”.  Lo importante de este juego era recuperar un balón, lanzarlo, hacer la cesta e ir nuevamente por la bola sin que otro la pudiera obtener para un nuevo intento. Era increíble ver un montón de niños y niñas correr detrás del balón, y obtenerlo era el mejor premio más que hacer una cesta, eso era divertido.

Así que no era difícil imaginarse hacia las 7:00 de la noche la cancha atiborrada de niños, adolecentes y hasta adultos compartiendo el único espacio deportivo que había en Nocaima. Lo mejor de todo sin duda, es que existía la convivencia y la paz,  muchos juegos y un sólo espacio, pocos balones, pero todos podían jugar. Aquellos viernes llegaron hacia el final de la década del ochenta. De ahí en adelante, llegó el voleibol  el cual empezaría a solicitar un espacio particular debido a que tenía que usarse toda la cancha y generó una fiebre que inundó completamente el fin de semana. Esa será otra historia.