En los ochentas Nocaima estaba aproximadamente a unas tres horas y media de Bogotá. Las comunicaciones con la capital se hacían a través del correo tradicional, los telegramas o las llamadas telefónicas en la estatal Telecom. Unos años después hizo su ingreso la ACBC (Asociación Colombiana de Banda Ciudadana) y un teléfono público de monedas de veinte pesos -este sí que fue un acontecimiento-.
La televisión era la que ofrecía la desaparecida Inravisión, en sus horarios estelares de cuatro de la tarde hasta las once de la noche, tres canales, así que esta no era una opción de entretenimiento ni de información. Estábamos realmente desactualizados en cualquier tipo de tendencia. Bueno o malo, realmente a Nocaima no le afectaba, su pequeño mundo era suficiente para sobrevivir a las modernidades.
Lo anterior, es sólo una reseña del contexto histórico y cultural por el cuál Nocaima se encontraba, y que sirve de preámbulo para el tema que me interesa contar. Para ese entonces, mis amigos de vecindario y escuela, buscábamos la manera más entretenida de aprovechar el tiempo libre. En la cuadra donde me crié, mis amigos que aún lo siguen siendo, Morris, Julián, Aldemar, Wilman y otros que pasaron por El Chicó -nada que ver el tradicional barrio capitalino-, tomamos la decisión a jugar a lo grande pero con humildad.
Entonces resultaron juegos como: los pistoleros, el toro, la hornilla, el rancho o cambuche, y otros más, distintos a los que por temporada llegaban como: las bolas, el trompo, los bonos, el yoyo, etc. No es difícil imaginarse de qué se trata el juego de los pistoleros, claro que no, nada distinto al paintball actual, sólo que con balas imaginarias las cuales se marcaban con un vocablo sencillo: "Pun, fulanito, pun sutanito". Dos equipos repartidos entre la cantidad de jugadores que hubiesen, y las pistolas, sencillas armas de distinto calibre de acuerdo al poder de adquisición del jugador, desde revólveres hasta ametralladoras, representados por retales de madera u otro material tratando de simular una de estas. Obviamente, hubo muchachos que tenían el poder de comprar armas de plástico, que para este caso no brindaban ningún tipo de ventaja. En este juego ganaba el equipo más ágil para ocultarse y luego emboscar. El campo de juego, era la zona boscosa que rodeaba a el Chicó y que hoy en día está compuesta por los barrios Guaduales y Villas del Rosario.
El toro, fue una réplica del traslado del ganado vacuno desde alguna vereda hacia el matadero municipal. Este era un espectáculo particularmente de los viernes en la tarde. No se utilizaba ningún vehículo para el transporte de reses, debido a la escasa infraestructura vial rural de esos años, entonces se debía arriar el ganado atravesándolo por las calles del pueblo. Obviamente la res no se dejaba llevar con docilidad, sino que mostraba toda bravura por el camino a la pena capital. Arrieros y curiosos se concentraban en un circo, un tanto cruel para mí, que terminaba con el animal encerrado en el corral del matadero.
Pero para nosotros esa exhibición tenía que ser representada en un juego, entonces decidimos conseguir una soga de buenos metros, un voluntario para ser el toro, que en este caso se trató de Jorge Ramírez, alias "Líster", y el resto representando a los arrieros y "matarifes". El toro debía comportarse más agresivo que el real, revolcar a cuanto curioso estuviera por ahí "dando papaya", y nosotros tratando de enlazar al agresivo animal para llevarlo con éxito al matadero, pero para fortuna de él, no lo "pasábamos al papayo".
Pero bueno, como dijo nuestro querido "Malacate": "Ah tiempo lindo", esta historia continuará, porque en la olleta hay más.
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