Una historia recomendada por Nayro Ramírez.
El tatuaje también existió en
Nocaima. No fue precisamente como el de los tiempos de hoy, lleno de colorido y
formas estilizadas que lo convierten en un arte y pasión de muchos. El nuestro
fue sencillo y simple. Freddy Yecid Fonseca –Porrefósforo-, hijo de una docente
nocaimera, quien llegó en su época de
pre-adolescente por allá en el 86, criado en Bogotá, conocedor de muchas
costumbres citadinas, ideó la forma de introducir a nuestras vidas el tatuaje.
Solo bastó una aguja envuelta en
un hilo y tinta china. Los motivos para plasmar en la piel fueron de los más
simples: anclas, corazones atravesados con flechas y cruces de diversas formas.
A partir de estos sencillos elementos, con su disposición y talento, únicamente faltaba lo
esencial: los voluntarios. Es posible que no tenga una cuenta exacta de quiénes
fueron los clientes de mi estimado amigo, pero son muchos. Sé que hoy guardan
en sus pieles esos bellos recuerdos, que con orgullo alguna vez exhibieron y
broncearon con el delicioso sol nocaimero.
La técnica para tatuar consistía
en romper el ojo de la aguja más o menos hasta la mitad, para que quedaran dos
puntas, con eso la labor de pinchar era doble, y el trazo debía rendir más.
Para que la tinta tuviese uniformidad, a la aguja se la envolvía en hilo, y era
este el que absorbía la solución de color negro, y la conservaba, mientras
nuestro artista del tatoo, iba puyando
la piel, elaborando el dibujo que el cliente había estimado atractivo para su
gusto.
Hoy, después de más de veinte años, algunos de
aquellos tatuajes ya no conservan las proporciones ni formas de sus comienzos,
porque en algunos casos no son sino simples manchas, o líneas deformes que se
fueron modificando con el paso de la adolescencia a la adultez, pero que bastó
para que en esos días, los tatuados eliminaran el estigma de que estas marcas fueran sólo del interés de los convictos.
2 comentarios:
Los mios siguen intactos. Excelente técnica
Jejeje. La mejor, sin dolor!
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