sábado, febrero 18, 2017

EL GITANO ENTRETENIMIENTO


Seguramente para muchos nocaimeros que vivieron su infancia en los años setenta y ochenta, recordarán las épocas en que los viajeros circos y ciudades de hierro pasaron sus cortas temporadas en el pueblo. Las atracciones mecánicas que trataban de acercarse por lo menos a las del parque El Salitre de Bogotá, ofrecieron durante su estancia en Nocaima una forma de sacar de la rutina normal a un caserío que estaba un tanto distanciado de la capital. También las carpas de los pequeños circos que con sus actos de acrobacias, malabarismo y humor ofrecieron los artistas andariegos que divirtieron a niños y adultos de aquellos años.
El lugar para que implantaran sus atracciones y carpas fue lo que en aquellos años denominaban parque, un peladero de tierra que en otra época fuera la plaza de mercado. Fueron varios los circos y atracciones mecánicas que posaron en el pueblo, pero tal vez hubo un par de estos que marcaron diferencia entre los otros.

Alguna vez arribó una ciudad de hierro que permaneció por varios meses y que tuvo como una de sus principales atractivos unos columpios que giraban alrededor de un eje similares a los avioncitos. Lo que llamó la atención de estos, fue un truco propuesto por los mismos operadores del parque, el cual consistía en tratar de alcanzar a la persona que iba en el columpio de adelante, tomarlo de las cadenas que anclaban la silla al eje, para luego impulsarlo con los pies y hacer que la persona se levantara a una altura considerable, que por supuesto llenaba de adrenalina a los usuarios del esta atracción mecánica.

La otra curiosidad de esta ciudad de hierro fueron las complacencias, que terminaron por convertirse en la forma más cómica de "mamarle gallo" a los compañeros y amigos del colegio. Se trataba sencillamente de un mensaje para alguna persona y este se enviaba a través de los altavoces del parque que tenían un gran alcance por los alrededores del mismo. Sólo había que pagarse el mensaje a un locutor que estaba en una caseta, al cual se le daba el nombre del que enviaba el mensaje y el de la persona lo recibiría con una canción que reflejara el sentimiento que se le tenía. Como éramos la gran mayoría adolescentes, aprovechamos esa oportunidad para dedicar canciones a nombre de otros para las muchachas del colegio.

Como era de esperarse fue simplemente una forma de hacerle una broma a un amigo, poniéndolo en ridículo, porque en la mayoría de los casos, la afortunada para nada tenía que ver con el amable galán que enviaba la dedicatoria. No se puede olvidar la cómica dedicatoria estándar que tenía el parque de diversiones, sólo bastaban los  nombres del enamorado y de la escogida, y por supuesto la canción que impactaría el corazón de la niña, y se escuchaba así: "Se complace de manera muy especial a la señorita Y, de parte del señor X, con la canción: Que nos entierren juntos".

La otra atracción fue un circo que tenía dentro de sus artistas a un Payaso llamado Chuchín que era muy divertido, y tal vez algunos recuerden dos frases que el hombre decía: "Ayyy ole" y "no le pegue a la burraaaa". Y tal vez lo otro que tenía el circo, era la venta de unas arepuelas grandísimas que se diferenciaban de los tradicional es vientos raspados y mazorcas asadas.

Es posible que hoy en día aquellos circos y atracciones mecánicas rodantes ya estén en desuso, porque la forma de hacer entretenimiento ha cambiado, y las grandes distancias de aquellos pueblos alejados de las grandes ciudades se acortaron. Pero para aquellos que tuvimos la oportunidad de aprovechar esa oferta gitana, llevaremos en corazón la forma con que aquellos artistas y operadores intentaron cambiar la forma de divertirnos en la provincia inocente de los viejos tiempos.





Ciudad de hierro época años 70. Tomada de internet. Encuentro, Cultura y Territorio

miércoles, abril 23, 2014

Y LLEGARON LOS REEBOK

En los años de infancia, la moda hasta donde yo pueda recordar, nunca fue un factor importante por aquella época. Vestirse era simplemente cuestión básica para ir a jugar con los amigos de barriada. Tengo muy claro en la mente que al final de la tarde, me observaba y  me daba cuenta de cuánto palo le había dado a mis trapos durante el día. Las medias grises del polvo mezclado con el sudor, las piernas marcadas por los chorreones de los jugos de las frutas que comía entre mango, naranja o mandarina, y desde luego el resto de la ropa completamente sucia de cuanto mugre le cupiera. Eran los años de la primaria.

Los zapatos del colegio -para la gran mayoría de niños de las escuelas primarias departamentales-, eran comprados en el almacén de la Federación de Cafeteros. Su resistencia al uso por parte de los infantes era sorprendente, suela fuerte y cuero duro que soportaba los ásperos caminos y calles destapadas del pueblo. Los tenis, entre los más conocidos: Dino, igual de aguantables para las jornadas deportivas de aquellos años de infancia.

No fue sino llegando a la secundaria, cuando se empezó a comentar sobre algunas marcas de zapatos, y de unos especialmente deportivos, conocidos como Reebook. Estos realmente eran unas botas de varios colores, pero el más conocido fue el negro y vendidos comercialmente como: Ex O Fit Hi. El costo de la época era de aproximadamente $15.000, y obviamente solo los podían adquirir quienes tuvieran cierta holgura económica en sus familias.

Hasta cierto momento, el sitio recomendado para comprar cualquier muda de ropa, especialmente para “dominguear”, fue la plaza de mercado. Los jeans acanalados o las camisas de varios colores con estampados de rayones, manchas o recortes de periódico gringo, las blusas de colores fluorescentes y los pantalones persa, entre otros más, hicieron parte de toldos y colgaderos de la galería local.

La moda masculina ochentera de mediados a finales fue: camisa estampada de varios colores de manga corta, arremangada casi hasta el hombro, yines acanalados, medias blancas y mocasines. El corte de pelo no podía rayar, por supuesto, mechón en la frente entresacado con trincho de plástico y melena.

La moda femenina en cambio: blusa de colores fluorescentes (anaranjado, verde, azul o morado), yines negros o azules tipo “salta charcos” y abombados -persas-, zapatos de “abuela” llamados: pisa huevos negros, medias del mismo color de la blusa, y obviamente el peinado no podía desentonar: el Alf.

Poco a poco se fueron acercando los noventas, y la autopista Medellín se iba abriendo camino y la televisión colombiana iría trayendo enlatados gringos más frescos –Clase de Berverly Hills, Comando Especial y Guardianes de la bahía- y algunos locales de ropa con marcas más chic o personas que la traían por encargo, fueron cambiando la manera de vestir de las juventudes nocaimeras. Atrás fue quedando “nocaima moda” y sus tradicionales locales placeros y domingueros. Nos iríamos acercando al nuevo milenio y al final de nuestro tradicional mercado textil también.

sábado, agosto 17, 2013

EL "TATOO" NOCAIMERO

Una historia recomendada por Nayro Ramírez.

El tatuaje también existió en Nocaima. No fue precisamente como el de los tiempos de hoy, lleno de colorido y formas estilizadas que lo convierten en un arte y pasión de muchos. El nuestro fue sencillo y simple. Freddy Yecid Fonseca –Porrefósforo-, hijo de una docente nocaimera,  quien llegó en su época de pre-adolescente por allá en el 86, criado en Bogotá, conocedor de muchas costumbres citadinas, ideó la forma de introducir  a nuestras vidas el tatuaje.

Solo bastó una aguja envuelta en un hilo y tinta china. Los motivos para plasmar en la piel fueron de los más simples: anclas, corazones atravesados con flechas y cruces de diversas formas. A partir de estos sencillos elementos, con su disposición y talento, únicamente faltaba lo esencial: los voluntarios. Es posible que no tenga una cuenta exacta de quiénes fueron los clientes de mi estimado amigo, pero son muchos. Sé que hoy guardan en sus pieles esos bellos recuerdos, que con orgullo alguna vez exhibieron y broncearon con el delicioso sol nocaimero.

La técnica para tatuar consistía en romper el ojo de la aguja más o menos hasta la mitad, para que quedaran dos puntas, con eso la labor de pinchar era doble, y el trazo debía rendir más. Para que la tinta tuviese uniformidad, a la aguja se la envolvía en hilo, y era este el que absorbía la solución de color negro, y la conservaba, mientras nuestro artista del tatoo, iba puyando la piel, elaborando el dibujo que el cliente había estimado atractivo para su gusto.

Hoy, después de más de veinte años, algunos de aquellos tatuajes ya no conservan las proporciones ni formas de sus comienzos, porque en algunos casos no son sino simples manchas, o líneas deformes que se fueron modificando con el paso de la adolescencia a la adultez, pero que bastó para que en esos días, los tatuados eliminaran el estigma de que estas marcas fueran sólo del interés de los convictos.

sábado, julio 27, 2013

DE LA VIOLENCIA AL ARTE, UNA OPCIÓN CULTURAL

Durante la década de los ochentas, una violencia interna se generó en Nocaima, que curiosamente no fue causada por los partidos políticos, ni por las fuerzas oscuras de la izquierda y la derecha, simplemente se trató de una serie de venganzas entre familias, que por algún motivo cazaron una sangrienta contienda. La única funeraria del pueblo mantuvo durante esa época ocupada la sala de velación la mayoría de fines de semana. Eran tantas las muertes violentas, que incluso el pueblo llegó a estar considerado como zona roja, estigma que afectó durante muchos años el interés turístico del municipio.

Pasaron casi diez años para que se realizaran de nuevo unas Ferias y Fiestas (octubre de 1982 - noviembre de 1991). Y para que esto sucediera, una transformación cultural comenzó a generar un cambio en el comportamiento de los habitantes del sector. En aquellos años de violencia, en algún instante una riña se podía desatar en cualquiera de los establecimientos de venta de licor. El saldo casi siempre trágico desgraciadamente, resultaba con un herido de gravedad o un muerto. Hubo ocasiones que en este pueblo tan pequeño ocurrió más de un hecho de violencia en un día.

Los domingos particularmente en la tarde, antes de oscurecer, un "toque de queda" se generaba por parte de la mayoría de pobladores de manera voluntaria en los sectores de acceso a la zona urbana como la Bienvenida y El Retiro. Curiosamente entrada la noche, cuando los borrachos abandonaban las calles del pueblo, disparaban sus armas de fuego al aire como si se tratara de marcar territorio. Comparar aquella época con los western americanos, guardando las proporciones, no es una exageración. En las cantinas del momento, era necesario tener un cuarto especialmente dedicado a almacenar las armas de fuego, para evitar su pérdida o robo. Como los campesinos madrugaban a comprar el mercado, antes de iniciar esta labor, desayunaban con un aguardiente doble y limón, y seguido dejaban recomendados sus revólveres en establecimientos de confianza para evitar que la policía los decomisara.

Luego de que las diligencias previas a la semana de trabajo fueran realizadas, la mayoría de finqueros y obreros se dirigían hacia las tiendas o chicherías a beber alcohol, recuperar de nuevo el arma y ponérsela en el cinto, y otros cuya economía no les permitía la adquisición de una de estas, cargaban permanentemente un machete. Aunque los portadores trataban de ocultar el revólver, era evidente cuando alguien estaba armado, porque una particular protuberancia dentro de la camisa aparecía, dejando entrever la cacha del armamento. De ahí en adelante, cualquier cosa podría suceder, y lo único que se debía hacer era esperar algún desenlace trágico porque se había vuelto un estilo de vida para esos años.

En medio de este movimiento de violencia, un sector de Nocaima hacía resistencia para no dejarse influenciar por esta situación, el cual se trató de la población estudiantil. Siendo un pueblo reducido la zona urbana tenía la fortuna de poseer dos establecimientos de educación secundaria: la Normal Nacional y el Colegio Departamental Integrado, y cuatro de educación básica primaria: las escuelas María Goretti, Mariano Ospina Pérez, San Joaquín -departamentales- y la Anexa a la Normal Nacional -actualmente las escuelas urbanas se fusionaron, quedando sólo la María Goretti-. Y en el área rural, la mayoría de veredas (21) tenían una escuela, aunque no contaran con los 5 cursos de básica primaria . Nocaima tenía aproximadamente para esos días unos 6.500 habitantes, de los cuales 1.800 pertenecían al sector urbano.

Contrario a lo que sucedía en la mayoría del país, el acceso a la educación gratuita sí fue posible para los nocaimeros. Por eso deduzco que gracias a esa gran oportunidad, se logró una transformación en el comportamiento de sus habitantes. La academia gestó un logro en una crisis que marcó a más de una generación. Precisamente una actividad que fue apareciendo con los estudiantes, especialmente de la Normal, fue el teatro, y recuerdo muy bien una obra por allá en el 84: Toque de queda, de Luis Enrique Osorio. Un título que caía como anillo al dedo al modo de vida de esos años. Fue interpretado por los alumnos de los últimos grados, y fue presentada en el famoso salón parroquial, un pequeño teatro entablado contiguo a la escuela Anexa. Algunos de los actores que recuerdo entre otros fueron: Wilson Medina - hoy sacerdote- y Daniel Acuña -el querido Arreño-.

La pasión por este hermoso arte del teatro encantó a los estudiantes, que durante algunos años un grupo de la Normal Nacional participó en el Festival Departamental de Teatro en Quipile (Cundinamarca), y una de las obras que llegó a quedar como fuera de serie fue: Caronte Liberado de Manuel Zapata Olivella -curiosamente no sé por qué no se le otorgó el premio mayor a Nocaima - donde el protagonista principal fue interpretado por el estimado profesor de ciencias y matemáticas de la Normal, Guillermo Sabio Álvarez -q.e.p.d.-.

Debido al éxito obtenido en este Festival, se incrementaron los esfuerzos para continuar y mejorar el nivel,  gracias a la labor desinteresada de los profesores Germán Lozano Chacón y Guillermo Sabio con alumnos de la Normal y Germán Pérez Racini con los del Colegio Departamental, el cual este último dedicó sus conocimientos a la realización de obras de tipo experimental, donde surgieron los grupos estudiantiles: Piedra y Carpa Mágica.

Carpa Mágica estaba integrado por niños de primaria y bachillerato, donde el profesor Pérez incentivó una gran pasión a estos muchachos con los cuales tuvo la fortuna de participar por Nocaima en direfentes festivales de teatro como invitados obteniendo un gran reconocimiento por la novedosa puesta en escena de sus obras.

Pero no sólo el teatro hacía parte de las aficiones, también lo fue la danza, donde se crearon grupos tanto en la Normal como en el Colegio Departamental. Estos fueron dirigidos por Hugo Barba, director de Telecom, y Disnarda Velásquez profesora de la escuela de Tobia Chica, respectivamente.

Durante la administración del abogado Elicio Espinosa, y por motivos de institucionalizar el día de la fundación de Nocaima, el 8 de junio, se realizó durante un fin de semana de esa fecha en el año 91 una jornada cultural durante tres días que concentró las actividades de: teatro, danzas, música, poesía, canto y otros. Seguramente que muchos no olvidarán al grupo musical Gualivá 2000 de Miguel Cifuentes y Jesús "Chucho" Pardo y a otro muy simpático, invitado especial de la Peña: El Último Recurso de Ómar Pérez Martínez -"Mataperros"-. Gracias a todos estos esfuerzos Nocaima fue sede de los Festivales Departamentales de Teatro en octubre del mismo año y de Danzas Folclóricas en mayo del siguiente.

Pero para concatenar esta última parte de la historia con la del comienzo, ocurrió un hecho que para mi modo de ver, marca un hito en la historia que el pueblo llevaba por esos días. Los eventos populares: Ferias y Fiestas, bazares, festivales de retorno, entre otros, estaban vetados en el municipio, por los problemas de seguridad que acarreaban. Desde 1982, fueron las últimas Ferias y Fiestas, y desde aquel momento no fue posible la ejecución de este tipo de actividades porque se consideraban de alto riesgo para la integridad de los habitantes.

Cuando se realizó el Segundo Festival Departamental de Teatro en octubre de 1991, algo particular ocurrió durante el cierre de jornada del día sábado. Para la realización de este hermoso evento, se alquiló un sonido de Villeta, compuesto por cuatro torres de parlantes, propiedad de un señor Zoilo Obando, cuya empresa se conocía como Zobando Publicidad. Antes de que se diera por terminada la presentación de las obras de ese día, el encargado del sonido, dejó transmitir por los altavoces la música bailable del momento: el merengue. Y como la mayoría de participantes de este festival eran estudiantes, de inmediato el polideportivo se llenó de parejas de baile, que de un momento a otro dio la sensación de estar en unas Ferias y Fiestas y no en un festival de teatro, con la diferencia que no se consumía licor porque estaba prohibido para las delegaciones, pero para los que no eran participantes del evento sí lo podían hacer, así que uno que otro traguito se coló por ahí.

Desafortunadamente esta dicha tan sólo duró una hora, porque apenas fueron las doce de la noche, se cerraron las actividades, los asistentes quedaron iniciados, pero como se trataba de un evento cultural, todos comprendieron que había sido suficiente, y que sencillamente este suceso logró generar algunos instantes de euforia y placer. Surgía una nueva generación que creció vinculada de varias maneras en el arte como una forma de liberar energía y obtener conocimiento, fortaleciendo una madurez que caracterizaría a una generación que participó y vivió esta historia.

Un mes después de este Festival se realizaron de nuevo las Ferias y Fiestas de Nocaima durante el 8 y 12 de Noviembre de 1991; recuerdo que regresaba de un viaje, precisamente, de otro acto cultural en Girardot (Cund.), realizado por el antiguo ITUC hoy Universidad de Cundinamarca, y quienes amablemente invitaron  al grupo de teatro y danzas del Colegio Departamental; y apenas arribamos al pueblo, vimos como las calles y el parque estaba atiborrado de visitantes de los municipios aledaños, vestidos con ponchos y sombreros, acto que no se veía desde hacía muchísimo tiempo en la tierrita. Durante esos días hubo un montón de policías -unos 20 o más- que habían sido trasladados a la zona para estar atentos a cualquier brote de violencia que pudiera desestabilizar la tranquilidad y la seguridad de los invitados, pero con la fortuna que no ocurrió nada extraño, y el evento salió triunfante. Un nuevo comportamiento de respeto y tolerancia existía en Nocaima para estar a la altura de un municipio que se abría paso hacia uno de los más cultos de la región.

Luego del éxito de esas Ferias, de ahí en adelante, y durante algunos años, la mayoría de puentes festivos comenzaron a ser ocupados por eventos como: el Festival de la Cerveza,  de La Chicha, del Retorno y por supuesto más Ferias y Fiestas, donde paulatinamente la fuerza pública fue disminuyendo hasta quedar sólo con los 4 ó 5 policías de planta para responder por los brotes de desorden público.

Hoy se puede decir que prácticamente desaparecieron las armas de los cintos y los cuartos de las cantinas que los guardaban en las horas de la mañana de sábados y domingos. Aunque las riñas de vez en cuando aparecen como en cualquier lugar de nuestra Colombia, en Nocaima, pasaron a ser esporádicas con unas cuantas trompadas, dejando claro que lo mejor es que no existan. El apoyo al arte es una gran política para generar una contraposición a la violencia, y Nocaima es testigo de eso. Y gracias a ello, han nacido profesionales en las áreas de: música, danzas, canto, plástica y teatro. Que dicha haber sido parte de este proceso.






Fuente: Archivo personal. Jornada Cultural Junio de 1991

martes, febrero 19, 2013

UN PELADERO LLAMADO “CANCHA DE FÚTBOL”

A propósito del comentario de un amigo de la infancia -Migue Ángel Cifuentes- sobre el único lugar que existe en Nocaima para jugar fútbol

Pensar que la cancha de fútbol de Nocaima sirvió para unos juegos regionales –ya desaparecidos, por desgracia- por allá en 1982, no es algo creíble. Y no solo el campo ha servido para practicar este deporte, también ha sido utilizado por las instituciones educativas para realizar olimpiadas interurbanas. Allí se disputaron la mayoría de disciplinas atléticas: velocidad, fondo, salto, lanzamiento de bala y jabalina. Además, ha sido el único espacio abierto para las maniobras de aterrizaje de los helicópteros, que han traído en épocas electorales a los más sinceros políticos de siempre, y que nunca han dejado de prometer inversiones generosas para la remodelación de este helipuerto. Y por si fuera poco, jamás ha dejado de prestar sus servicios de motel “mil estrellas”.

Este terreno, que no supera los 30 metros de ancho por 70 de largo, es el escenario de los amantes del balompié. Literalmente en los ochenta era un "peladero" –y eso como que no ha cambiado- que solo tenía pasto en algunas partes y estaba completamente desnivelado, entonces uno de los arcos era más alto que el otro; contaba con dos hileras de gradas con unas cuantas losas fracturadas y otras derribadas. Las vías de acceso por aquella época eran: un camino real rocoso con una pendiente más o menos fuerte, y un atajo muy pronunciado.

No tenía cerramiento, y para completar la dicha, la cancha estaba ubicada en un sector escarpado, y precisamente una las esquinas quedaba en el borde del talud más alto, por donde llegaba el atajo, y la parte trasera del arco sur, lindaba con un guadual que también estaba en un lugar bajo, así que no es difícil imaginarse la cantidad de veces que se debía descender los más de 100 metros para ir por el balón, entonces intentar jugar 45 minutos sin perder tiempo era sin exagerar una verdadera proeza.

Pero para los nocaimeros eso era parte del juego, y seguramente muchos terminábamos convencidos de que simplemente era una situación que ocurría en cualquier lugar de Colombia, y que solo los estadios de las grandes ciudades eran los verdaderos escenarios para jugar este deporte, al igual que los diamantes del béisbol americano. Hay que reconocer que el peladero que conocí era una versión mejorada por parte de un grupo de aficionados autodenominados "Club Amigos", quienes voluntariamente hicieron un esfuerzo por tratar de darle una mejor cara a la cancha de La Gloria.  Hace más de 10 años se le adecuó un sistema de drenaje y se le reniveló la superficie, pero eso no fue suficiente. 

Han pasado más de treinta años desde los últimos juegos regionales hechos en Nocaima, y no se ha dejado de comentar sobre mejorar, trasladar y rehacer un escenario deportivo para ver, disfrutar y jugar fútbol. Hemos soñado siempre con ese tema, pero al igual que el dicho de un famoso narrador de este deporte, la realidad ha sido otra: “El balón ha ido rodando, y tres décadas también”.

martes, diciembre 25, 2012

LAS GAMUCINAS


Seguramente la picardía de los colombianos nunca ha tenido un límite. Quién no ha escuchado sobre las “chanzas pachunas”, que no son otra cosa que la de confabularse con alguien más y hacerle una broma bien pesada a otro más ingenuo y dócil, o sencillamente al más “guevón”. En Nocaima existieron bromas de varios calibres, pero tal vez la más conocida ha sido la de las "gamucinas".

Jamás supe con certeza que era tal cosa, o animal, porque en realidad a eso se refirieron los que alguna vez intentaron hacerme la “pequeña embarrada”. Precisamente la incongruencia de lo que realmente era el animalito, me dio la luz para dudar bastante de la singular caza de gamucinas. Algunos comentaron que eran aves, y otros que peces, de ahí la fortuna de haber sido capaz de rechazar la invitación de dos grupos de amigos que amablemente pensaron en mí para tan maravillosa aventura.  No caí, pero sí hubo personas que fueron víctimas de los desalmados compañeros de colegio, poseedores de ese maravilloso don de los colombianos: la "malicia indígena". A lo mejor en la actualidad, este tipo de bromas sean catalogadas como matoneo o bullying, que tan de moda están en las aulas de hoy, pero para aquella época no era sino una chancita para la bienvenida al pueblito.

La broma consistía simplemente en convidar a un personaje de especiales condiciones -recién llegado o inocente- a cazar en una quebrada un bicho muy exótico, apetecido, delicioso y costoso,  ya fuera pez o ave. Luego de escoger el caño, todos debían empelotarse para hacer cierto ruido que captaría de inmediato la atención del animal, y el incauto debería quedarse esperando dentro del agua la aparición de una gran cantidad de gamucinas, y permanecer, sin excepción, en el lugar para no dejar pasar ni una, mientras el resto iba aguas arriba acosándolas rumbo abajo, de esta forma las tendrían acorraladas, y desde luego asegurar en un gran porcentaje el éxito del botín.

Pero mientras el novato esperaba desnudo, impaciente en el charco, para la aparición de las impredecibles gamucinas, el resto de buenos amigos, tomaban la ropa, incluyendo la del incauto, y de inmediato, se desaparecían, dejando al pobre, esperando una eternidad hasta que emergieran los inexistentes animalitos. Como era obvio, la víctima un tiempo después sospecharía que algo raro estaba sucediendo, y caería en cuenta que todo había sido simplemente una broma de mal gusto. No es difícil imaginar lo que tendría que hacer esa persona por salir de esa situación, porque en ningún momento los victimarios tendrían compasión, y empeloto debía quedarse hasta que pudiera llegar a su casa y recuperar la dignidad.

Conocí de la broma, a finales de los ochenta, y pensé que había quedado en el pasado, y casi veinte años después vi cuando se la hicieron a un muchacho, a quien yo creía que se la sabía todas. No lo podía creer, en pleno siglo 21 aún existe la posibilidad de “mamarle gallo” a alguien con tanta sencillez. Así que es un poco difícil escapar de aquellos que siempre tienen en su mente, sacar provecho del talento colombiano con su particular “mamadera de gallo”.

sábado, septiembre 29, 2012

LAS "CICLAS" ALQUILADAS


La economía nocaimera hace unos años atrás dependía mucho del mercado de la caña de azúcar. La imagen de una cantidad de mulas cargadas de bultos de panela bajando por la “laja” –hoy en día una trocha en afirmado-, hacia los depósitos que quedaban en Florilandia es inolvidable. Existían sitios exclusivos para amarrar los animales. El olor a “cagajón” era particular los fines de semana.  El pueblo se convertía en un hervidero de trabajadores, finqueros y comerciantes los sábados y domingos, tratando de concluir la venta de los productos paneleros, y desde luego, volver a mercar para una semana de trabajo en las cañas. Entonces se respiraba el olor de: la panela, las “bestias” y el pueblo.

Pero la economía de la caña de azúcar iba en debacle, cada vez se producía menos y el valor de la panela caía sin que se viera alguna esperanza de recuperación. Así que esto hacía que Nocaima fuera un pueblo con muchas necesidades –y en esto creo que no han existido cambios-, y falencias. A pesar de que existieran dos colegios de educación secundaria –uno de ellos de formación normalista- y una fábrica de trapiches, al municipio se le veía atrasado en infraestructura vial, telecomunicaciones, servicios públicos, etc.

Dadas estas condiciones, obviamente la economía de nuestros bolsillos de aquella época, era paupérrima. Pero cuando uno no puede tener las cosas tiempo completo por escasez, pues desde luego hay que alquilarlas. Entonces existió en Nocaima el alquiler de bicicletas y de cómics.

El de alquiler de bicicletas inició con un muchacho de apellido Espitia, realmente yo era muy pequeño y no lo recuerdo muy bien. Luego la familia Perilla en el barrio El Retiro, decidió alquilar “ciclas” versión cross, que eran de lo último y algunas “monaretas” que ya estaban en desuso. El valor del alquiler era de cien pesos la hora, no había que entregar ningún documento o finca, simplemente, la palabra: “ya regreso”. 

Estoy seguro que si la familia Perilla se hubiera imaginado el “palo” que se le dieron a esas bicicletas, seguramente lo hubiera pensado para montar el negocio. Por aquella época –años ochentas-, existía un comercial en televisión de una marca de bicicletas BMX, donde los muchachos hacían unas cuantas piruetas y saltos, que hacían ver fácil el uso de este tipo de juguete. Pues con esas expectativas de querer ser todos unos expertos en "cross", los jóvenes ciclistas bajaban por la calle destapada de el retiro "despepados", y haciendo uso de lo mejor de las BMX, su freno coaster, parando en seco rastrillando la llanta trasera ,  y desde luego, dejando casi la mitad en el suelo.

Pero lo mejor era tratar de saltar con la bicicleta obstáculos o rampas, así que eso no era ningún problema para los novatos nocaimeros. La cancha de la Normal Nacional, era el escenario ideal para ejecutar maniobras de este tipo, pero debido a la calidad de los materiales de las cross de los Perilla, no daban para tanta práctica, entonces hubo marcos y tenedores rotos, y hasta llantas casi cuadradas de tanto salto. Lo importante es que se intentó, no hubo talento como el de nuestra medallista colombiana Mariana Pajón, pero se vivió con pasión y adrenalina. Supongo que el negocio no fue muy rentable por todo esto, y el alquiler se clausuró. Unos años después, las bicicletas comenzaron a bajar de precio y los nuevos chicos ya tuvieron una de regalo, y la bicicleta BMX fue terminando en uso exclusivo de sus verdaderos apasionados.