En los años de infancia, la moda hasta donde yo pueda recordar, nunca fue un factor importante por aquella época. Vestirse era simplemente cuestión básica para ir a jugar con los amigos de barriada. Tengo muy claro en la mente que al final de la tarde, me observaba y me daba cuenta de cuánto palo le había dado a mis trapos durante el día. Las medias grises del polvo mezclado con el sudor, las piernas marcadas por los chorreones de los jugos de las frutas que comía entre mango, naranja o mandarina, y desde luego el resto de la ropa completamente sucia de cuanto mugre le cupiera. Eran los años de la primaria.
Los zapatos del colegio -para la gran mayoría de niños de las escuelas primarias departamentales-, eran comprados en el almacén de la Federación de Cafeteros. Su resistencia al uso por parte de los infantes era sorprendente, suela fuerte y cuero duro que soportaba los ásperos caminos y calles destapadas del pueblo. Los tenis, entre los más conocidos: Dino, igual de aguantables para las jornadas deportivas de aquellos años de infancia.
No fue sino llegando a la secundaria, cuando se empezó a comentar sobre algunas marcas de zapatos, y de unos especialmente deportivos, conocidos como Reebook. Estos realmente eran unas botas de varios colores, pero el más conocido fue el negro y vendidos comercialmente como: Ex O Fit Hi. El costo de la época era de aproximadamente $15.000, y obviamente solo los podían adquirir quienes tuvieran cierta holgura económica en sus familias.
Hasta cierto momento, el sitio recomendado para comprar cualquier muda de ropa, especialmente para “dominguear”, fue la plaza de mercado. Los jeans acanalados o las camisas de varios colores con estampados de rayones, manchas o recortes de periódico gringo, las blusas de colores fluorescentes y los pantalones persa, entre otros más, hicieron parte de toldos y colgaderos de la galería local.
La moda masculina ochentera de mediados a finales fue: camisa estampada de varios colores de manga corta, arremangada casi hasta el hombro, yines acanalados, medias blancas y mocasines. El corte de pelo no podía rayar, por supuesto, mechón en la frente entresacado con trincho de plástico y melena.
La moda femenina en cambio: blusa de colores fluorescentes (anaranjado, verde, azul o morado), yines negros o azules tipo “salta charcos” y abombados -persas-, zapatos de “abuela” llamados: pisa huevos negros, medias del mismo color de la blusa, y obviamente el peinado no podía desentonar: el Alf.
Poco a poco se fueron acercando los noventas, y la autopista Medellín se iba abriendo camino y la televisión colombiana iría trayendo enlatados gringos más frescos –Clase de Berverly Hills, Comando Especial y Guardianes de la bahía- y algunos locales de ropa con marcas más chic o personas que la traían por encargo, fueron cambiando la manera de vestir de las juventudes nocaimeras. Atrás fue quedando “nocaima moda” y sus tradicionales locales placeros y domingueros. Nos iríamos acercando al nuevo milenio y al final de nuestro tradicional mercado textil también.