martes, mayo 29, 2012

EL INTERNADO

Cada inicio de año escolar en Nocaima tenía algo de simpático en los ochentas -seguramente también lo fue antes-, y era ver como el domingo anterior al comienzo de clases se inundaba de un montón de niñas no sólo del pueblo, sino también de otras regiones, incluso no tan vecinas, que venían a estudiar en el Colegio Departamental, el cual era el único internado en la provincia del Gualivá. Muchachas de: San Francisco, Vergara, Nimaima, Villeta, Chaguaní, Sasaima, entre otros municipios, viajaban a internarse durante los dos períodos del año para hacer sus estudios de bachillerato clásico en el colegio.

Lo interesante era ver cómo cada una de ellas llegaba acompañada por sus padres, con su respectivo trasteo el cual incluía un catre doblado con un colchón enrollado dentro de él, esperando en los alrededores del colegio a la directora, quien era la encargada de cuidarlas durante todo el año lectivo. Luego de que las internas acomodaban sus pertenencias en un salón gigante dispuesto como dormitorio comunal, las jóvenes eran conducidas a la misa de las seis de la tarde. Cada vez que las niñas salían hacia el acto religioso, los jóvenes de la época solían decir: "soltaron el ganado".

Y es que las niñas mantenían en vilo a los muchachos nocaimeros. Ellas únicamente estaban internas durante la semana de clases, los viernes en la tarde viajaban a sus lugares de origen y regresaban de nuevo el domingo hacia el medio día. Obviamente algunas de ellas tenían novio nocaimero, y antes de que las alumnas se fueran a internar, compartían con sus amantes sentadas en el pasillo del centro de salud, el cual quedaba casi al frente del colegio. La parte posterior de las instalaciones daba a una de las vías más conocida como la "calle de atrás"; habitualmente estaba llena de montículos de piedras y ladrillos recostados contra la pared, que descaradamente eran acomodados por más de un voyeurista adolescente intentando ver a alguna de las muchachas en paños menores.

Y no sé si será realidad o ficción, pero conocí la historia de un joven nocaimero que estuvo enamorado de una alumna interna de San Francisco el cual dedicó unos versos para conquistarla de la siguiente manera:

"Floritza, Floritza
Quiéreme con amistad,
Pero déjate meter el pipí
Aunque sea hasta la mitad"

El resto del poema, siempre será un misterio. El internado del Colegio Departamental dejó de funcionar el el año 87, y con él se fueron muchísimas historias de amor y desconsuelo, que para infortunio mío era demasiado niño para disfrutar.

sábado, mayo 26, 2012

BETACINE SOLDADURA Y CINEMA DONDE ESCUCHA

El cine también llegó a Nocaima, a pesar de que la mayoría de películas eran mexicanas. Aunque hubo producciones taquilleras como Terremoto y Tiburón, estas las vimos diez años después de su estreno, así que ver cine actualizado era apenas una ilusión, pero valía la pena ese esfuerzo porque sus emisiones fueron en pantalla gigante y se realizaron en el antiguo Centro Social y en el Colegio Departamental, donde generosamente prestaron sus instalaciones. Hablamos nuevamente de los ochenta.


Sin embargo, en Nocaima existe el talento, entonces, apareció una persona a la que se le ocurrió comprar un reproductor de video conocido como Betamax. No existía el primero -y podría equivocarme- en el pueblo, así que cuando hizo su aparición al público, nació "Betacine Soldadura", una genial idea de Rodolfo Velázquez, un exalumno de la Normal Nacional que había partido hacia la capital, donde seguramente tuvo la posibilidad de conocer este aparato y vio en él una oportunidad de negocio a través de la reproducción de películas más actualizadas que los enlatados que se proyectaban en la época.


Betacine Soldadura realmente fue un verdadero hit. Hizo su debut con películas de cartelera de aquel momento, por ejemplo: Rambo, Cobra, Hitcher el pasajero de la muerte, El último americano virgen, Un detective suelto en Hollywood, entre otras. La familia Velázquez cedió la sala de su casa junto con su televisor para que sirviera de teatro. Inicialmente, Betacine Soldadura comenzó con la reproducción de películas en un horario especial, el cual era anunciado en unos carteles hechos a mano y publicados en las paredes de los sitios más concurridos del pueblo como lo eran la papelería Procultura, Telecom, el Salón donde Milo y la panadería Pico-Pico.


Debido al éxito del negocio, la forma de ver las películas cambió. Ya no existían horarios exclusivos, sino que bastaba conque hubiese un cupo mínimo de cinco espectadores para que se reprodujera un video en especial. La tarifa por persona era de cien pesos, y si en algún momento alguien quería ver una película de manera individual debía pagar quinientos pesos para cumplir con el umbral de asistentes. Jamás se me olvidará que en algún momento a alguien se le ocurrió tomarle del pelo a un familiar de Rodolfo diciéndole: "Sumercé, ponga Rambo y después Cobra".


Al mismo tiempo que reza un dicho popular: "los colombianos no orinamos solos", a Betacine Soldadura le apareció competencia, y es de esta manera que llega al mercado de los videos el Cinema Donde Escucha, y por supuesto, siempre debe existir un plus para enganchar, así que el propietario decidió traer más películas para proyección en el local y promovió el alquiler de las cintas a otros usuarios, precisamente porque algunos habitantes ya habían adquirido un reproductor de video para el entretenimiento familiar. Pero en la variedad está el placer, entonces, Escucha se arriesgó a introducir el género triple X, dando a conocer a la Cicciolina, estrella porno de los ochenta que deleitó a más de un nocaimero. No era raro ver a un grupo de gente tratando de conseguir el cupo mínimo y oírles decir: "Humberto, ahora sí estamos completos, por favor pónganos una de culeo".


Había nacido el mercado del video y el cine tradicional se apagó. El proyector fue a dar a uno de los laboratorios de la Normal Nacional en donde supongo, aún debe reposar. Gracias a la genialidad y visión de un nocaimero, tuvimos la oportunidad de tener el cine que llegaba a Colombia por esos días en Nocaima, así no fuera en pantalla gigante con su sonido envolvente, que desde luego, no era tan importante. Tal vez no se disfrutó de la misma forma como cuando se lleva a una novia a cine, pero sirvió para conocer algo más del séptimo arte, aunque no fuera el más selecto.

LOS PISTOLEROS, EL TORO Y OTROS MÁS

En los ochentas Nocaima estaba aproximadamente a unas tres horas y media de Bogotá. Las comunicaciones con la capital se hacían a través del correo tradicional, los telegramas o las llamadas telefónicas en la estatal Telecom. Unos años después hizo su ingreso la ACBC (Asociación Colombiana de Banda Ciudadana) y un teléfono público de monedas de veinte pesos -este sí que fue un acontecimiento-.

La televisión era la que ofrecía la desaparecida Inravisión, en sus horarios estelares de cuatro de la tarde hasta las once de la noche, tres canales, así que esta no era una opción de entretenimiento ni de información. Estábamos realmente desactualizados en cualquier tipo de tendencia. Bueno o malo, realmente a Nocaima no le afectaba, su pequeño mundo era suficiente para sobrevivir a las modernidades.

Lo anterior, es sólo una reseña del contexto histórico y cultural por el cuál Nocaima se encontraba, y que sirve de preámbulo para el tema que me interesa contar. Para ese entonces, mis amigos de vecindario y escuela, buscábamos la manera más entretenida de aprovechar el tiempo libre. En la cuadra donde me crié, mis amigos que aún lo siguen siendo, Morris, Julián, Aldemar, Wilman y otros que pasaron por El Chicó -nada que ver el tradicional barrio capitalino-, tomamos la decisión a jugar a lo grande pero con humildad.

Entonces resultaron juegos como: los pistoleros, el toro, la hornilla, el rancho o cambuche, y otros más, distintos a los que por temporada llegaban como: las bolas, el trompo, los bonos, el yoyo, etc. No es difícil imaginarse de qué se trata el juego de los pistoleros, claro que no, nada distinto al paintball actual, sólo que con balas imaginarias las cuales se marcaban con un vocablo sencillo: "Pun, fulanito, pun sutanito". Dos equipos repartidos entre la cantidad de jugadores que hubiesen, y las pistolas, sencillas armas de distinto calibre de acuerdo al poder de adquisición del jugador, desde revólveres hasta ametralladoras, representados por retales de madera u otro material tratando de simular una de estas. Obviamente, hubo muchachos que  tenían el poder de comprar armas de plástico, que para este caso no brindaban ningún tipo de ventaja. En este juego ganaba el equipo más ágil para ocultarse y luego emboscar. El campo de juego, era la zona boscosa que rodeaba a el Chicó y que hoy en día está compuesta por los barrios Guaduales y Villas del Rosario.

El toro, fue una réplica del traslado del ganado vacuno desde alguna vereda hacia el matadero municipal. Este era un espectáculo particularmente de los viernes en la tarde. No se utilizaba ningún vehículo para el transporte de reses, debido a la escasa infraestructura vial rural de esos años, entonces se debía arriar el ganado atravesándolo por las calles del pueblo. Obviamente la res no se dejaba llevar con docilidad, sino que mostraba toda bravura por el camino a la pena capital. Arrieros y curiosos se concentraban en un circo, un tanto cruel para mí, que terminaba con el animal encerrado en el corral del matadero.

Pero para nosotros esa exhibición tenía que ser representada en un juego, entonces decidimos conseguir una soga de buenos metros, un voluntario para ser el toro, que en este caso se trató de Jorge Ramírez, alias "Líster", y el resto representando a los arrieros y "matarifes". El toro debía comportarse más agresivo que el real, revolcar a cuanto curioso estuviera por ahí "dando papaya", y nosotros tratando de enlazar al agresivo animal para llevarlo con éxito al matadero, pero para fortuna de él, no lo "pasábamos al papayo".

Pero bueno, como dijo nuestro querido "Malacate": "Ah tiempo lindo", esta historia continuará, porque en la olleta hay más.

sábado, mayo 12, 2012

LA CANCHA DE BASQUETBOL (O DE MICRO)

AQUELLOS AÑOS


Historias de la infancia donde Nocaima era un mundo aparte gracias a la inocencia y el distanciamiento de la metrópoli. 

A mediados de los años ochentas, siendo estudiante de la Normal Nacional, los viernes tenían algo de particular, no sólo porque se trataba del final de la jornada semanal de clases, sino porque además ese día salíamos cuarenta y cinco minutos más temprano, algo que era atribuido al viaje de los profesores hacia sus hogares, que para la mayoría estaban fuera de Nocaima. Cierto o no, los viernes salíamos antes de lo normal y era el comienzo del fin de semana el cual se tenía que disfrutar de la mejor manera.

Hacia las cuatro de la tarde uno podía ver a muchos estudiantes salir a las calles en pantaloneta con las caras sonrientes, buscando algún plan para el resto del día y la noche. Los más mayorcitos, como era obvio, el billar era uno de los juegos más divertidos, y cazar un “chorizo” al “pierde y paga” para meterle emoción a un chico era el mejor plan para éstos. Otros, se dirigían a la cancha de basquetbol del parque a jugar con un balón de microfútbol o baloncesto más conocido como "súperbola" -un término particularmente nocaimero-. Lo curioso del caso, es que  si se trataba de jugar “micro”, este juego tenía algo de particular, porque el objetivo no era hacerle un gol a un arco normal, sino de pegarle a un poste, o por otro lado, a un pequeño arco con un travesaño en la parte inferior, que impedía que el balón entrara directo. Había que lanzar el balón en forma elevada y no rastrero, para que éste no rebotara en el tubo atravesado y el gol fuera válido o de lo contrario el balón seguía en juego. Esta portería hacía parte de la estructura del tablero de baloncesto, que a su vez también era la diversión de niños escaladores que se trepaban a alcanzar la cima, que para este caso era el aro de la cesta.

Si era basquetbol, el juego más practicado era la “treinta y dos”, así de simple. El juego consistía en hacer dos equipos, los cuales no tenían límite de jugadores, incluso se podía jugar uno contra uno sin problema. Se realizaba sólo en una de las mitades de la cancha con su respectivo aro, y el objetivo era hacer treinta y dos puntos antes que el rival para ganar el partido.  Cómo sólo existía una cancha en el parque, entonces se compartía entre los jugadores de microfútbol y baloncesto,  no importaba si en cada una de las cestas había gente jugando la treinta y dos, y si la visibilidad para meter un gol no era la mejor, de alguna manera se evitaba darle un "taponazo" a alguno de los que estaban jugando basquetbol.

Pero eso no era todo, faltaban los jóvenes que venían con una súperbola y sólo querían lanzar y hacer una cesta, y nada más, o bueno, las que pudieran hacer. A este juego se le sumaban todos los que quisieran  y con las bolas que se pudiera. Casi siempre eran muy pocos balones para muchos “pelados”.  Lo importante de este juego era recuperar un balón, lanzarlo, hacer la cesta e ir nuevamente por la bola sin que otro la pudiera obtener para un nuevo intento. Era increíble ver un montón de niños y niñas correr detrás del balón, y obtenerlo era el mejor premio más que hacer una cesta, eso era divertido.

Así que no era difícil imaginarse hacia las 7:00 de la noche la cancha atiborrada de niños, adolecentes y hasta adultos compartiendo el único espacio deportivo que había en Nocaima. Lo mejor de todo sin duda, es que existía la convivencia y la paz,  muchos juegos y un sólo espacio, pocos balones, pero todos podían jugar. Aquellos viernes llegaron hacia el final de la década del ochenta. De ahí en adelante, llegó el voleibol  el cual empezaría a solicitar un espacio particular debido a que tenía que usarse toda la cancha y generó una fiebre que inundó completamente el fin de semana. Esa será otra historia.